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conservado el uso de la razón. No pod�amos ignorar que algo -la cronolog�a, la ciencia, o
nuestra propia mente- estaba sufriendo all� una horrible distorsión; sin embargo, logramos
mantener el equilibrio necesario como para guiar el aeroplano, observar minuciosamente
diversas cosas, y tomar toda una serie de fotograf�as. En lo que a m� se refiere, fui ayudado
por mi vocación cient�fica, pues a pesar de la inquietud y el temor que me dominaban, sent�a
la imperiosa curiosidad de indagar estos antiguos secretos, averiguar qu� seres hab�an
habitado all�, y qu� papel hab�an desempe�ado en el mundo.
Pues �sta no era una ciudad com�n. Ten�a que haber sido el nudo central de un
incre�ble y arcaico cap�tulo de la historia de la Tierra, cuyas ramificaciones, recordadas
vagamente, y sólo en los mitos m�s oscuros y misteriosos, hab�an desaparecido de un modo
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Librodot En las Monta�as Alucinantes H.P.Lovecraft
total en el caos de las convulsiones geológicas anteriores a la aparición del hombre.
Comparada con esta megalópolis paleógena, Atlantis y Lemuria, Commorion y Uzuldaroum,
y Olatho� en el pa�s de Lomar, parec�an ciudades de hoy, ni siquiera de ayer. La ciudad sólo
pod�a relacionarse con horrores como Valusia, R'lyeh, Ib en la tierra de Mnar, y la ciudad
anónima de la Arabia Desierta. Mientras vol�bamos sobre esa acumulación de torres tit�nicas
mi imaginación romp�a todos los l�mites y asociaba fant�sticamente este mundo perdido con
las pesadillas inspiradas por los sucesos del campamento.
El depósito de combustible de nuestro avión, para evitar un peso excesivo, no hab�a
sido llenado del todo. Ten�amos por lo tanto que ser algo prudentes en nuestras
exploraciones. Volamos sin embargo bastante tiempo, luego de descender hasta una capa de
aire donde apenas se sent�an los efectos del viento. La cordillera no parec�a tener l�mites, y lo
mismo ocurr�a con la ciudad de piedra que bordeaba los contrafuertes. Volamos casi cien
kilómetros a la derecha y a la izquierda y no notamos ning�n cambio en aquel vasto y p�treo
laberinto, extendido como un cad�ver sobre los hielos eternos. Hab�a sin embargo algunos
accidentes de gran inter�s, como las esculturas que adornaban el ca�ón ocupado por el
antiguo r�o. Las paredes de la entrada hab�an sido esculpidas hasta simular dos gigantescos
pilones, y los motivos, parecidos a toneles, despertaron en nosotros recuerdos funestos.
Vimos tambi�n unos espacios abiertos en forma de estrella, evidentemente plazas
p�blicas, y notamos varias ondulaciones en el terreno. Las colinas hab�an sido ahuecadas y
convertidas en algo as� como edificios; pero hab�a por lo menos dos excepciones. Una de
ellas hab�a sido atacada de tal modo por la erosión que era imposible saber qu� se hab�a
alzado en su cima; la otra ten�a a�n un fant�stico monumento cónico esculpido directamente
en la roca y algo similar a la tan conocida Tumba de la Serpiente en el antiguo valle de Petra.
Comenzamos a volar hacia el interior de la meseta y comprobamos que la ciudad era
mucho menos ancha que larga. Luego de unos cuarenta kilómetros los grotescos edificios
empezaron a espaciarse, y diez kilómetros despu�s llegamos a una llanura virtualmente
desierta. M�s all� de la ciudad el curso del r�o era una l�nea ancha en una tierra algo abrupta
que parec�a elevarse ligeramente hasta desaparecer en una bruma de vapores.
Hasta entonces no hab�amos aterrizado, pero no pod�amos concebir la idea de
abandonar la meseta sin haber intentado entrar en una de aquellas monstruosas estructuras.
Por lo tanto decidimos buscar alg�n sitio despejado no lejos del paso para bajar all�
con el avión y hacer una expedición a pie. Aunque estas pendientes estaban cubiertas en parte
con restos de ruinas, pronto encontramos varios lugares apropiados. Elegimos el m�s cercano
al paso y a eso de las 12.30 aterrizamos en un campo de nieve duro y libre de obst�culos de
donde podr�amos, m�s tarde, remontar vuelo con facilidad.
No nos pareció necesario proteger el avión con muros de nieve, pues volver�amos
pronto y a esta altura apenas hab�a vientos. Cuidamos solamente de que los esqu�s de
aterrizaje estuviesen bien hundidos en el hielo, y que las partes vitales de la m�quina
quedaran bien protegidas contra el fr�o. Nos despojamos de nuestros abrigos m�s pesados, y
llevamos con nosotros un peque�o equipo que consist�a en una br�jula, una c�mara
fotogr�fica, algunas provisiones, libretas de notas y papel, un martillo y un cincel de geólogo,
algunos sacos para recoger muestras, rollos de cuerda, y unas poderosas linternas de mano.
Hab�amos tra�do este equipo en el avión contando con la posibilidad de poder efectuar
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