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consentimiento, no obtendrá de mi bolsillo un solo penique.
-¿Es eso verdad? -preguntó Mrs. Montgomery, alzando la vista.
-Tan cierto como que estoy aquí.
-¿Aunque se muera de amor?
-Aunque se muera de amor, cosa que no considero probable.
-¿Sabe Morris eso?
-¡Tendré un gran placer en informarle! -exclamó el doctor.
Mrs. Montgomery siguió meditando; y su visitante, que venía dispuesto a conceder al asunto el tiempo
necesario, se dijo si, a pesar de su aire concienzudo, ella no sería juguete de su hermano. Al mismo tiempo
estaba un poco avergonzado de lo que le estaba haciendo pasar, y conmovido por la amabilidad con que lo
soportaba. "Si fuese una farsante -se dijo-, se encolerizaría, a menos que fuese profundamente profunda. Y no
es probable que lo sea tanto."
-¿Y por qué le desagrada Morris de tal modo? -dijo ella al cabo de un rato.
-No me desagrada como amigo, ni como compañero. Me parece un hombre encantador, y de un trato
excelente. Me desagrada exclusivamente como yerno. Si el único oficio de un yerno fuese comer en la mesa
paterna, yo estimaría grandemente a su hermano; es un espléndido comensal. Pero eso es una pequeña parte de
su función, que consiste especialmente en cuidar y proteger a mi hija, que está especialmente mal preparada
para cuidar de sí misma. En este aspecto es en el que no me satisface. Confieso, que me dejo guiar sólo por una
impresión; pero tengo la costumbre de confiar en mis impresiones. Claro que usted puede muy bien
contradecirme. Su hermano me parece egoísta y superficial.
Mrs. Montgomery abrió los ojos, y al doctor le pareció ver en ellos una luz de admiración.
-Me pregunto, ¿cómo habrá descubierto que Morris es egoísta? -exclamó.
-¿Usted cree que lo oculta tan bien?
-Muy bien, en efecto -dijo Mrs. Montgomery-. Y yo creo que todos somos bastante egoístas -añadió
prontamente.
-Yo también lo creo; pero conozco seres que lo ocultan mejor que él. Como verá, yo tengo la costumbre de
dividir a las gentes en clases y tipos. Yo podría fácilmente equivocarme respecto a su persona.
-Mi hermano es muy bien parecido -dijo Mrs. Montgomery.
El doctor la miró un momento.
-¡Todas las mujeres son iguales! Pero el tipo a que su hermano pertenece es la causa de vuestra ruina, y el que
os hace víctimas suyas. La característica de este tipo es la decisión, a veces terrible en su intensidad, de no
aceptar más que los placeres de la vida, y de conseguirlos mediante la ayuda del sexo débil. Los jóvenes que
pertenecen a dicha clase no hacen nunca, para sí, algo que pueden lograr por intermedio de otros, y viven
gracias al amor, a la devoción y a la superstición de los demás. Estos, pertenecen al sexo femenino en un
noventa por ciento de los casos. Esos jóvenes insisten principalmente en que otros padezcan por ellos; y las
mujeres, como usted sabe, hacen eso muy bien. -El doctor hijo una pausa, y luego añadió bruscamente-. ¡Usted
ha sufrido mucho, por causa de su hermano!
La exclamación fue brusca, pero perfectamente calculada. El doctor había quedado un poco decepcionado al
no hallar a su sólida anfitriona con huellas más visibles de los estragos causados por la inmoralidad de Morris
Townsend; pero se dijo que aquello no se debía a que el joven no la hubiese herido, sino a que ella supo curarse
sus heridas. Pero las heridas se hallaban detrás de la estufa barnizada, de los grabados, de su pecho, cubierto de
popelina; y si él sabía dar con el punto -sensible, ella haría un movimiento que la vendería. Las palabras citadas
eran una tentativa de colocar el dedo en la llaga, y la tentativa tuvo un poco del éxito esperado. Los ojos de Mrs.
Montgomery se llenaron de lágrimas, y ella se permitió un orgulloso movimiento de cabeza.
-¡No comprendo cómo ha averiguado eso! -exclamó.
-Mediante una pequeña argucia filosófica, que llaman inducción. Ya sabe que tiene siempre la opción de
contradecirme. Pero tenga la amabilidad de responder? ¿le da dinero a su hermano? Yo creo que debería
responder a esto.
-Sí, yo le he dado dinero -dijo Mrs. Montgomery.
-¿Y no tenía mucho que darle?
Ella quedó silenciosa un momento.
-Si lo que me pide es una confesión de pobreza, eso es muy fácil hacerlo: yo soy muy pobre.
-Uno no se lo espera, al ver su encantadora casita -dijo el doctor-. Pero mi hermana me dijo que su renta era
moderada y su familia numerosa.
-Tengo cinco hijos -dijo Mrs. Montgomery -, pero me alegra poder decir que los crío decentemente.
-Sin duda, siendo abnegada y hábil. Me figuro que su hermano los ha tenido bien en consideración.
-¿En consideración?
-Quiero decir que se ha enterado bien de que son cinco. Me ha dicho que los educa.
Mrs. Montgomery se le quedó mirando un momento y luego añadió rápidamente:
-¡Oh, sí, les enseña inglés!
El doctor rió.
-¡Con eso le quita a usted muchas preocupaciones! ¿Su hermano sabe, claro está, que usted tiene muy poco
dinero?
-Se lo he dicho muchas veces -exclamó Mrs. Montgomery con menos reserva que otras veces. Al parecer, se
sentía aliviada por la clarividencia del doctor.
-Lo que significa que usted ha tenido ocasión de decírselo y que él suele darle sablazos. Perdone la crudeza de
la expresión; yo, simplemente, menciono un hecho. No le pregunto cuanto dinero le ha pedido; eso no es asunto
mío. Me he enterado de lo que sospechaba. -Y el doctor se puso en pie, acariciando su sombrero-. Su hermano
vive a costa suya -dijo, ya dispuesto a retirarse.
Mrs. Montgomery se levantó también, siguiendo los movimientos del doctor, como si estuviese fascinada.
-Yo no me quejo -dijo con cierta inconsecuencia.
-No tiene que hacer protestas; usted no le ha traicionado. Pero yo le aconsejo que no le dé más dinero.
-¿No ve, pues, que a mí me interesa que se case con una mujer rica? -preguntó ella-. Si como usted dice, vive a
costa mía, yo he de desear librarme de él; y poner obstáculos a su matrimonio, significa aumentar mis
dificultades.
-Yo deseo que usted me someta sus dificultades -dijo el doctor-. Si yo le dejo a su cargo, es natural que le
ayude a soportar los gastos. Si me lo permite, pondré a su disposición una suma para el mantenimiento de su
hermano.
Mrs. Montgomery se le quedó mirando; evidentemente, pensó que se chanceaba; pero luego vió que no era así,
y la complicación de sus sentimientos se hizo bastante penosa.
-Creo que debía ofenderme con usted -murmuró Mrs. Montgomery.
-¿Porque le he ofrecido dinero? Eso es una superstición -dijo el doctor-. Tiene que permitir que vuelva para
hablar de estos asuntos. Me figuro que algunos de sus hijos serán niñas.
-Sí, tengo dos niñas -dijo Mrs. Montgomery.
-Bien, cuando crezcan y comiencen a pensar en casarse, ya verá usted cómo se preocupará por el carácter
moral de sus futuros esposos. Entonces comprenderá bien mi visita.
-Pero no debe pensar que Morris tiene un mal carácter en lo que a moral se refiere.
El doctor se la quedó mirando, con los brazos cruzados.
-Hay algo que me gustaría, mucho, como satisfacción moral. Me gustaría oírla decir: "Mi hermano es muy
egoísta."
Aquellas palabras pronunciadas con tono grave, parecieron crear momentáneamente una imagen material, ante
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