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axioma. No puedes tocar la brea sin mancharte.
-Comprendo.
-¿De veras, Harry? En realidad, sólo es eso. Mi trabajo consiste en visitar mentes
anormales, y no de la forma en que lo hace un psiquiatra normal. Yo me introduzco en
esas mentes. Comparto y siento sus puntos de vista. Conozco todos sus terrores. El
horror invisible que les espera en la oscuridad no es para mí una simple palabra. Yo estoy
cuerdo y veo a través de los ojos de cientos de hombres locos. Manténte un momento
alejado de mi mente, Harry.
Heath se volvió y Burkhalter dudó un instante.
-Esta bien -dijo Heath, mirando a su alrededor-. De todos modos, me alegro de que
hayas mencionado este asunto. Con demasiada frecuencia descubro que estoy siendo
demasiado empático. Entonces, dejo las cosas por un tiempo, o me enzarzo en cualquier
discusión. Voy a ver si puedo promover una discusión conjunta esta noche. ¿Quieres
participar?
-Desde luego -contestó Burkhalter.
Heath hizo una casual inclinación de cabeza y después se marchó.
Su pensamiento regresó hacia Burkhalter.
Es mejor que no esté aquí cuando vengan los Marginados. A menos que tú...
No, contestó el pensamiento de Burkhalter. Estaré bien.
Muy bien. Vienen a traerte algo.
Burkhalter abrió la puerta a tiempo para recoger las provisiones que le traía el recadero
de la tienda, que había aparcado su triciclo junto a la casa. Le ayudó a descargar los
paquetes, comprobó que la cerveza estaba lo bastante tría y apretó algunos botones para
asegurarse de que tendría suficientes refrescos a mano. Los Marginados comían en
abundancia.
Después, dejó la puerta abierta y se relajó, sentado tras su mesa de despacho,
esperando. Hacía calor en el interior del despacho. Se dejó el cuello abierto e hizo que
las paredes fueran transparentes. El aire acondicionado empezó a enfriar la habitación, y
la vista del valle que se extendía allá abajo era igualmente refrescante. Los altos pinos
movían sus ramas al compás del viento.
Esto no era como New Yale, una de las ciudades mas grandes, intensamente
especializada en la educación. Sequoia, con su gran hospital y su industria de celulosa,
era más bien una unidad completa y redonda. Aislada del resto del mundo, excepto por
las comunicaciones aéreas y por la televisión, era un pueblo limpio y atractivo, que se
extendía, con sus colores blancos y verdes y plásticos pastel, alrededor de las rápidas
aguas del río que se apresuraban a bajar hacia el mar.
Burkhalter se llevó las manos a la nuca y bostezó. Se sentía inexplicablemente
fatigado, como se había sentido de vez en cuando durante varias semanas. No es que su
trabajo fuera duro; al contrario. Pero la reorientación con respecto a este nuevo trabajo no
sería tan fácil como había esperado. Al principio no había supuesto que se producirían
estas situaciones en las que había que rizar el rizo.
Barbara Pell, por ejemplo. Era una mujer peligrosa. Ella, quizás más que ningún otro,
era el espíritu guía de los paranoides de Sequoia. No en el sentido de una acción
planeada, no. Pero era incendiaria, como una llama. Era una líder innata. Y allí había
ahora demasiados paranoides, lo que le hacia sentirse incómodo. Provistos
superficialmente de buenas razones, se habían infiltrado en trabajos o misiones o puestos
de gente que se encontraba de vacaciones; pero lo cierto era que la ciudad estaba llena
de ellos. Los no telépatas seguían superándoles en número, tanto a los Calvos como a
los paranoides, como sucedía a una mayor escala en el resto del mundo.
Recordó a su abuelo. Ed Burkhalter. Si algun Calvo ha bía odiado alguna vez a los
paranoides, Ed Burkhalter fue el primero. Y posiblemente, por muy buenas razones,
puesto que uno de los primeros complots de los paranoides -un simple intento individual
por aquel entonces-, había tratado de indoctrinar indirectamente la mente del hijo de Ed,
el padre de Harry Burkhalter. Extrañamente, Burkhalter recordaba mas vívidamente el
delgado y duro rostro de su abuelo que el más suave y amable de su propio padre.
Volvió a bostezar, tratando de sumergirse en la calma de la vista que podía divisar al
otro lado de las ventanas. ¿Otro mundo? Un Calvo quizás sólo pudiera ser
completamente libre de aquellos preocupantes fragmentos de pensamientos que él sentía
ahora cuando se encontrara inmerso en las profundidades del espacio. Y sin tener que
sufrir aquella continua distracción, pudiendo disponer de la mente con la más entera
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