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persona hago esta jornada contra la Grecia, que conduzco a mis her-
manos, a mis familiares y amigos, te has atrevido a hacer mención de
ese tu hijo que, siendo mi esclavo, deber�a en ella acompa�arme con
toda su familia y aun su misma esposa? Quiero que sepas, si lo ignora-
bas todav�a, que es menester mirar cómo se habla, pues en los o�dos
mismos reside el alma, la cual, cuando se habla bien, da parte de su
gusto a todo el cuerpo, y cuando mal, se entumece e irrita. Al mostrar-
me t� liberal, hablando como deb�as, no te pudiste alabar de haber sido
m�s bizarro de palabra de lo que tu soberano fue magn�fico por obra.
Mas ahora que te me presentas con una s�plica desvergonzada, si bien
no llevar�s todo tu merecido, no dejar�s con todo de pagar parte de tu
castigo. Agrad�celo a los servicios con que de hu�spedes nos trataste,
que ellos son los que a t� y a cuatro de tus hijos os libran de mis manos:
sólo te condeno a perder ese solo por quien muestras tanto cari�o y
predilección.� Acabada de dar esta respuesta, dio orden a los ejecuto-
res ordinarios de los suplicios que fuesen al punto a buscar al hijo pri-
mog�nito de Pitio, y hallado le partiesen por medio en dos partes, y
luego pusiesen una mitad del cuerpo en el camino p�blico a mano
derecha, y la otra a mano izquierda, y que entre ellas pasase el ej�rcito.
XL. Ejecutada as� la sentencia, iba desfilando por all� la armada.
Marchaban delante los bagajeros con todas las recuas y bestias de
carga; detr�s de estos ven�an sin separación alguna las brigadas de
todas las naciones, las que compon�an m�s de una mitad del ej�rcito. A
cierta distancia, puesto que no pod�an acercarse al rey dichas brigadas,
ven�an delante del soberano mil soldados de a caballo, la flor de los
Persas: segu�anles mil alabarderos, gente asimismo la m�s gallarda del
ej�rcito, que llevaban las lanzas con la punta hacia tierra. Luego se
ve�an diez caballos muy ricamente adornados, a los que llaman los
sagrados Niseos; y la causa de ser as� llamados es porque en la Media
hay una llanura conocida por Nisa12, de la cual toman el nombre los
grandes caballos que en ella se cr�an. Inmediato a estos diez caballos se
la causa del eclipse, o que quer�a parecer m�s tr�gico que matem�tico.
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Heródoto de Halicarnaso donde los libros son gratis
dejaba ver el sagrado carro de J�piter, tirado de ocho blancos caballos,
en pos de los cuales ven�a a pie el cochero con las riendas en la mano,
pues ning�n hombre mortal puede subir sobre aquel trono sacro. Ven�a
en seguida el mismo Jerges sentado en su carroza tirada de caballos
Niseos, a cuyo lado iba a pi� el cochero, el cual era un hijo de Otanes,
Persa principal, llamado Patirampes.
XLI. De este modo salió Jerges de Sardes, pero en el camino,
cuando le ven�a en voluntad, dejando su carro pasaba a su carroza o
harmamaxa13: a sus espaldas ven�an mil alabarderos, los m�s valientes
y nobles de todos los Persas, que tra�an sus lanzas, seg�n suelen, le-
vantadas. Segu�ase luego otro escuadrón de caballer�a escogida com-
puesto de mil Persas, y detr�s de �l marchaba un cuerpo de la mejor
infanter�a, que constaba de diez mil. Mil de ellos iban cerrando alrede-
dor todo aquel cuerpo, los cuales en vez de puntas de hierro llevaban
en su lanza unas granadas de oro, los restantes nueve mil, que iban
dentro de aquel cuadro llevaban en las lanzas granadas de plata. Gra-
nadas de oro tra�an asimismo los que dijimos que iban con las lanzas
vueltas hacia tierra y los m�s inmediatos a Jerges. Segu�ase a este
cuerpo de diez mil, otro cuerpo tambi�n de diez mil de caballer�a per-
siana; quedaba despu�s un intervalo de dos estadios.
XLII. En esta forma marchó el ej�rcito desde la Lidia hacia el r�o
Caico14, en la provincia de la Misia, desde el cual, llevando a mano
derecha el monte Canes, se encaminó pasando por Atarnes a la ciudad
Carina, y de all� haciendo su camino por la llanura de Teba, por la
ciudad de Tramitio y por Antandro, ciudad de los Pelasgos, y dejando a
su mano izquierda al Ida, llegó a la región Il�ada. Lo primero que all� le
sucedió fue que, haciendo noche a las ra�ces del monte Ida, sobrevinie-
ron al ej�rcito tantos truenos y rayos que dejaron all� mismo mucha
12
Cerca de las puertas Caspias ca�a este campo y la ciudad de Nisa que le daba
el nombre y que lleva ahora el de Talkatan.
13
Era la harmamaxa una especie de carroza muy cómoda destinada para las
reinas persas.
14
Al Presente Girmasti, Castri, o Chiai, tanta es la variedad de sus nombres: el
monte Canes es un promontorio enfrente de Lesbos.
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Los nueve libros de la historia donde los libros son gratis
gente muerta. Moviendo despu�s el ej�rcito hacia el Escamandro, que
fue el primer r�o con quien dieron en el camino despu�s de salidos de
Sardes, secaron sus corrientes, no bastando el agua para la gente y
bagaje.
XLIII. Habiendo llegado Jerges a dicho r�o, movido de curiosidad
quiso subir a ver a P�rgamo, la capital de Pr�amo. Registróla y se in-
formó particularmente de todo, y despu�s mandó sacrificar mil bueyes
a Minerva Il�ada. No dejaron sus magos de hacer libaciones en honor
de los h�roes del lugar15. Apoderóse del ej�rcito aquella noche un gran
terror. Al hacerse de d�a emprendió su camino dejando a la izquierda
las ciudades de Retio y D�rdano, que est� confinante con Abidos; y a [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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