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Sí, a veces ocurre. Pero todo lo que hacemos tiene sus riesgos, su aspecto negativo. Usted ya lo sabe.
¿Y si se le administrara un betabloqueante en vez de morfina?
Los betabloqueantes no siempre funcionan. Y entonces vuelve el dolor.
Pero valdría la pena intentarlo, ¿no cree?
El doctor Kellicker miró de soslayo a Susan Dolby, que escuchaba con mucha atención, observando a
R.J.
Opino lo mismo declaró.
Si es lo que ustedes quieren, no tengo nada que objetar dijo agriamente el doctor Kellicker, que hizo
una breve inclinación de cabeza y se marchó.
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Susan se acercó a R.J., la miró a los ojos y la estrechó entre sus brazos. R.J. le devolvió el abrazo y
permanecieron así juntas, balanceándose.
R.J. hizo varias llamadas telefónicas.
¿El primer día tuvo el ataque? preguntó Peter Gerome .
¡Pues menuda manera de empezar las vacaciones! Todo estaba bajo control, le aseguró. La gente decía
que la echaba de menos y le mandaba recuerdos. No dijo nada de David.
Toby se mostró sumamente preocupada, en primer lugar por el padre de R.J. y luego por la propia R.J.
Después, R.J. le preguntó cómo estaba ella, y Toby respondió pesarosa que le dolía constantemente la espalda y
que tenía la sensación de haber estado embarazada toda la vida.
Gwen le pidió todos los detalles clínicos del caso y dictaminó que R.J. había hecho bien en solicitar un
betabloqueante en lugar de seguir con el tratamiento de morfina.
Y tenía razón. El betabloqueante consiguió suprimir los dolores, y al cabo de dos días el padre de R.J.
fue autorizado a dejar la cama y a sentarse en una silla durante media hora, dos veces al día. Como ocurre con
muchos médicos, era muy mal paciente; formulaba continuas preguntas sobre su estado y exigió ver los
resultados de la angiografía, así como un informe completo de Kellicker.
Su estado de ánimo oscilaba de un extremo a otro, entre la euforia y la depresión.
Cuando te vayas, me gustaría que te llevaras el escalpelo de Rob J. le dijo a su hija durante un
momento de pesimismo.
¿Por qué?
Se encogió de hombros.
Algún día será tuyo. ¿Por qué no ahora?
Ella lo miró fijamente a los ojos.
Porque seguirá siendo tuyo durante muchos años replicó, y dio la cuestión por zanjada.
El enfermo fue mejorando. Al tercer día empezó a ponerse de pie junto a la cama durante breves
intervalos, y un día más tarde empezó a pasear por el corredor. R.J.
sabía que los seis días siguientes a un ataque eran los más peligrosos, y cuando hubo transcurrido una
semana sin que se presentaran complicaciones empezó a respirar más tranquila.
La octava mañana de su estancia en Miami, R.J. se reunió con Susan en el hotel para desayunar juntas.
Se acomodaron en la terraza con vistas al mar y la playa, y R.J. se llenó los pulmones con el tibio aire salado.
Podría acostumbrarme a esto comentó.
¿De veras podrías, R.J.?
¿Te gusta Florida?
El comentario había sido una broma, una reacción de placer ante un lujo desacostumbrado.
Florida es muy bonita, pero en realidad no me gusta tanto calor.
Una se aclimata, aunque lo cierto es que los de aquí somos unos devotos del aire acondicionado.
Hizo una pausa . Tengo previsto retirarme el año que viene, R.J. Mi consulta tiene prestigio y proporciona muy
buenos ingresos.
Estaba pensando... ¿no te interesaría quedártela tú?
Oh.
Me siento muy halagada, Susan, y te lo agradezco mucho. Pero he echado raíces en Woodfield.
Para mí es importante practicar la medicina allí.
¿Por qué no te lo piensas?
Podría aconsejarte sobre cuestiones a tener en cuenta, podría trabajar a tu lado durante un año...
R.J. sonrió y meneó la cabeza.
Susan hizo una rápida mueca de pesar y le devolvió la sonrisa.
Tu padre significa mucho para mí. Me caíste bien desde el primer momento: además de inteligente y
considerada es evidente que eres muy buena médica, el tipo de profesional que se merecen mis pacientes. Así
que pensé que sería la manera perfecta de que todos saliéramos beneficiados, mis pacientes, R.J., Robert... y yo
misma, todo de un solo golpe. No tengo familia. Espero que perdones a alguien que ya habría debido figurárselo,
pero me permití la fantasía de que podía tener una familia. Hubiera debido comprender que nunca existen
soluciones perfectas que respondan a las necesidades de todos.
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R.J. admiró la sinceridad de Susan. No sabía si echarse a reír o a llorar; poco más de un año antes, ella
había tejido la misma fantasía para sí.
Tú también me caes bien, Susan, y espero que mi padre y tú acabéis juntos. Si es así, nos veremos
regularmente y con frecuencia le aseguró.
A mediodía, cuando entró en la habitación de su padre, lo encontró haciendo un crucigrama.
Hola.
Hola.
¿Qué hay de nuevo?
Poca cosa.
¿Has hablado con Susan esta mañana?
Así que habían estado tratando el asunto antes de que Susan hablara con ella.
Sí, hemos hablado. Le he dicho que es un cielo pero que ya tengo mi propio consultorio.
¡Por todos los...! Es una magnífica oportunidad, R.J. replicó su padre contrariado.
A Rob J. se le ocurrió que quizás había algo en su química personal que impulsaba a la gente a dictarle
cómo y dónde debía vivir.
Has de aprender a dejarme decir «no», papá dijo con voz contenida . A los cuarenta y cuatro años
tengo derecho a tomar mis propias decisiones.
Él le volvió la cara, pero al poco rato la miró de nuevo.
¿Sabes una cosa?
¿Qué, papá?
Que tienes toda la razón.
Jugaron a gin rummy y, después de ganarle dos dólares y cuarenta y cinco centavos, su padre se echó
a dormir un rato.
Al despertar, R.J. le habló de su trabajo. Él se alegró de que el consultorio hubiera crecido tan deprisa y
le pareció bien que cerrara la admisión de nuevos pacientes a partir de los mil quinientos, pero le preocupó saber
que R.J.
se disponía a abonar al banco el remanente del crédito que él había avalado.
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